domingo, 30 de septiembre de 2007
Oro
Cómo deseaba ese anillo. Desde que había entrado en aquel bar no había podido quitarle los ojos de encima. Se imaginaba con aquel sello de oro en el dedo de su mano derecha. Ahí, para que se viera bien. Para que todo el que le estrechara la mano rozara con sus dedos el fino metal.
Ahora, otro bar. Había ido tras el tipo. Hacía tiempo que no daba un palo, pero hay cosas que no se olvidan. Y aunque ya no se dedicaba a eso, seguía llevando su navaja de nácar en el bolsillo interno de la chaqueta. Por lo que puediera pasar, decía.
Esperaba el momento adecuado. Era un tío grande, e iba con otro igual de grande que él. No podría con los dos, tenía que esperar que se quedara solo. Tenía tiempo. Nadie lo esperaba, nada que hacer. Sólo esperar la ocasión.
Bebían. Cómo bebían. Buen estómago el de esos hijos de puta. Había perdido la cuenta de los cubatas que se habían metido ya en el cuerpo. Pero eso era bueno. Cuanto más alcohol más fácil sería convencerle de que le diera el anillo. Él, mientras tanto, mantenía la serenidad apurando cada cerveza. Además no era persona de malgastar. Ladrón sí, pero derrochador no. La mejor forma de no robar era no necesitándolo. De hecho ya no lo necesitaba. Hoy haría una excepción. Se había reintegrado a una sociedad con la cual estuvo enfrentado. En plan Robin Hood. Sólo que él se quedaba con lo que robaba, -es que yo soy pobre, ¿sabes? – se justificaba.
Salían de nuevo del bar. Y él, como no, detrás; oculto entre las sombras de la noche. De caza. Se paraban. Parecía que se despedían El amigo del colega se iba por un lado, el objetivo por otro. Había llegado la hora. Sintió su corazón latir más y más deprisa, y una sonrisa iluminó su cara. De nuevo esa sensación que apenas recordaba. La manos en los bolsillos, y con la navaja ya en la izquierda. Aceleró el paso, sin salirse aún de las sombras. Adelantó a su presa por el lado derecho y con un rápido movimiento se giró para quedar cara a cara, la mano ya levantada buscando el cuello rival con el filo de la navaja.
- Es rápido, este tío es rápido Me ha visto. O intuido. El caso es que ya no tengo la navaja.
Tirado en el suelo intentaba compreder cómo habia llegado hasta allí. Dolor. Un dolor cálido en la cara.
- Joder. ¿Cómo me ha dado? ¡Mierda!
No hay tiempo. Un zapato con un número 44 marcado en la suela golpea directamente en la boca. Escupe. Sangre y un diente. Uno más que faltará en la colección. Ahora lo levantan del suelo. Un puñetazo en el vientre bajo.
- Eso es jugar sucio amigo.
Otro directo a la nariz. Rota. Y un derechazo que va a la frente. Es el último. Un zumbido se entremezcla con una risotada grave. Cae al suelo. Y allí tirado, sonríe. Lo ha conseguido. Lleva el anillo. Aunque sólo sea marcado en la cabeza.
jueves, 27 de septiembre de 2007
El Pantano de la Tristeza
- Ártax -dijo Atreyu -: ¿q te pasa?
- No lo sé, señor -respondió el animal-, creo q deberíamos volver. No tiene ningún sentido. Corremos tras algo q sólo has soñado. Pero no lo encontraremos. Quizá sea de todas formas demasiado tarde. Quizá haya muerto ya la Emperatriz Infantil y todo lo q hacemos sea absurdo. Vamos a volver señor.
- Nunca me has hablado así, Ártax -dijo asombrado Atreyu-. ¿Q te pasa? ¿Estás enfermo?
- Es posible -contestó Ártax-. A cada paso q damos, la tristeza de mi corazón aumenta. Ya no tengo esperanzas, señor. Y me siento cansado, tan cansado... Creo q no puedo más.
- ¡Pero tenemos q seguir! -exclamó Atreyu- ¡Vamos, Ártax!
Le tiró de las riendas, pero Ártax se quedó inmóvil. Se había hundido ya hasta el vientre. Y no hacía nada por librarse.
- ¡Ártax! -gritó Atreyu-. ¡No puedes abandonar ahora! ¡Vamos! ¡Sal de ahí o te hundirás!
- ¡Déjame señor! - respondio el caballito-. No puedo soportar más esta tristeza. Voy a morir.
Atreyu tiró desesperadamente de las riendas, pero el caballito se hundía cada vez más. Atreyu no podía hacer nada. Cuando, finalmente, sólo la cabeza del animal sobresalía ya del agua negra, Atreyu la cogió entre los brazos.
- Yo te sostendré Ártax -le dijo al oído-, no dejaré q te hundas.
El caballito relinchó una vez más suavemente.
- No puedes ayudarme, señor. Estoy acabado. Ninguno de los dos sabíamos lo q nos esperaba. Ahora sabemos por qué el Pantano de la Tristeza se llama así. La tristeza me ha hecho tan pesado q me hundo. No hay escapatoria.
- ¡Pero si yo tmb estoy aquí -dijo Atreyu-, y no me pasa nada!
- Llevas el Esplendor, señor -respondió Ártax-, y te protege.
- Entonces te colgaré el Signo -balbuceó Atreyu- Quizá te proteja también.
Quiso ponerle la cadena alrededor del cuello.
- No -resopló el caballito-, no debes hacerlo, señor. El Péntaculo te lo han dado a ti, y no tienes derecho a dárselo a nadie auqnuqe quieras.Tendrás q seguir buscando sin mí.
Atreyu apretó su cara contra la quijada del cabalo.
- Ártax... -susurró estranguladamente-. ¡Mi Ártax!
- ¿Quieres hacer algo por mí todavía, señor? -preguntó el animal.
Atreyu asintió en silencio.
- Entonces marchate, por favor. No me gustaría q me vieras cuando llegue el último elemento. ¿Me harás ese favor?
Atreyu se puso lentamente en pie. La cabeza de su caballo estaba ahora medio sumergida en el agua negra.
-Adiós, Atreyu, mi señor! -dijo Ártax-, ¡y gracias!
Atreyu apretó los labios. No podía decir nada. Saludó una vez más a Ártax y luego se dio media vuelta y se fue.
Fragmento del Capítulo III
La Vetusta Morla
La Historia Interminable
Michael Ende
martes, 25 de septiembre de 2007
Little Wing
Well, she's walking
through the clouds
with a circus mind
that's running wild.
Butterflies and zebras and moonbeams
and fairy tales
that's all she ever thinks about
riding the wind.
When I'm sad
she comes to me
with a thousand smiles
she gives to me free.
It's alright, she says,it's alright.
take anything you want from me,
anything.
Fly on, little wing.
domingo, 23 de septiembre de 2007
La Puerta (I)
Muriel era una mujer morena, de unos treinta y tantos años, que huyendo de su pasado había llegado a ese pueblo pesquero de la costa gaditana. Su llegada había causado una gran expectación, porque había comprado una casa que llevaba años puesta en venta, pero que nadie se había atrevido a comprar porque se decía que estaba encantada. Sin embargo ella llevaba más de un año viviendo allí y no había visto, oído o sentido la presencia de ningún fantasma.
Era una mujer solitaria. Apenas se relacionaba con la gente del pueblo. Mucho se comentaba de ella, y los niños le tenían miedo, porque decían que era una bruja. Pero Manuel, el dueño de una tienda de comestibles, decía que no, que en todo caso sería maga, pero de las buenas. Siempre contaba como el primer día que llegó la señorita Muriel al pueblo, había ido a su tienda, y como al entrar en ella la habitación se había llenado del olor de esa mujer, olor a melocotón decía, y que cuando habló fue como si el tiempo se parase. Le había preguntado si sería posible que le llevara aquellas cosas que le hicieran falta a su casa y que ella le pediría de vez en cuando por teléfono. Él había accedido sin problemas, no estaban las cosas como para perder clientes; le dio el número de la tienda anotado en un papel de liar fruta; al acercárselo había rozado unos de sus dedos, la piel estaba tan fría que apartó la mano bruscamente dejando caer el papel al suelo. Se puso colorado, se agachó a recoger el papel y volvió a dárselo temblando de vergüenza. Ella sonrío levemente, le dio las gracias y le dijo que ya lo llamaría.
Desde entonces no había vuelto a entrar en el pueblo, y sólo de vez en cuando se la veía pasear por la playa camino del faro, a cuyos pies muchas noches se quedaba mirando el mar hasta bien entrada la noche, y luego volvía de nuevo a su casa andando por la playa entre la oscuridad.
Era ya tarde cuando subió a su dormitorio. Le costaba dormir, y todas las noches se sentaba a leer en la terraza que tenía delante de la habitación, desde donde podía ver las luces de las barcas de pesca, que como luciérnagas iban de aquí para allá sobre la línea horizonte. No había dejado de llover desde la tarde, y ahora la lluvia era mucho más fuerte. Se había levantado un viento que se metía entre los recovecos de la casa y silbaba anunciando su presencia.
Muriel se levantó, decidida por fin a acostarse. Pero algo en la playa llamó su atención. Se fijó, y le pareció ver una sombra que se acercaba hacia la casa. Se quedó inmóvil y entornó los ojos para intentar rasgar el velo que la noche y la lluvia habían tejido para hacerlo todo menos nítido. No vió nada esta vez, aunque permaneció unos instantes más mirando la playa y se autoconvenció de que había sido un espejismo. Más tranquila se metió en la cama. Flint dormía a sus pies, pero un ruido junto a la escalera de entrada a la casa, lo despertó y empezó a gruñir. Estaba acostumbrada a vivir sola, y a las tormentas, y al ruido del viento y del mar encabritado, y a la oscuridad de la noche, pero algo había en el ambiente que le hacía sentir miedo. Un extraño silencio había seguido a los ruidos de antes, y sólo los gruñidos de Flint rompían aquella calma tan tensa. Y sonó el timbre de la puerta. Muriel se quedó inmóvil, sin saber que hacer. Ahora llamaban golpeando la puerta con fuerza. Decidió no bajar a abrir y esperar acurrucada en la cama. Flint seguía gruñendo, pero también se había escondido bajo la cama. Un frío metálico había invadido la habitación, y de nuevo el timbre y los golpes sonaron en la puerta. Se levantó para asomarse a la ventana. Desde allí no podía ver la entrada, pero escondida tras los visillos intentaba adivinar quién podía estar llamando. No pudo ver nada. Y los golpes cesaron, Flint dejó de gruñir y salió de debajo de la cama y ya no oyó nada más. Se echó de nuevo en la cama. No podía dormir, no quería quedarse dormida. Pensaba en quién podría ser y sobre todo por qué había tenido esa extraña sensación de frío y miedo. No quería quedarse dormida pero abrazada a la almohada se le cerraron los ojos, y se durmió.
sábado, 22 de septiembre de 2007
Pasear Bajo la Lluvia
jueves, 20 de septiembre de 2007
Lucha de Gigantes
miércoles, 19 de septiembre de 2007
Quiero ser espía
Me gustan las pelis y series de espías... tanto q de pequeño decidí convertirme en uno. Así q desde entonces sigo un duro entrenamiento, por si algún día tengo la oportunidad de formar parte de alguna agencia de inteligencia:
- Me gusta observar a la gente q me cruzo por la calle, o q entran en una bar o en una tienda o en donde sea q yo esté; si son diestros o zurdos, si fuman, si llevan gafas de sol y se las quitan o no para hablar con alguien…
- Me gusta memorizar matrículas, números de teléfono, carreteras y planos de ciudades q desconozco.
- Cuento los escalones de las escaleras, por si algún día tengo q huir por ellas en la oscuridad.
- Me fijo en dónde están las puertas de seguridad en los centros comerciales y las cámaras de seguridad en los bancos.
- Aunque soy diestro intento usar las dos manos, para escribir, para comer… nunca sabes cuando pueden dejarte con alguna inutilizada.
- Afino mi puntería tirando gomillas a algún objetivo q encuentre por mi habitación.
- No fumo, no me gusta el tabaco, ni su olor, ni el humo, ni nada; pero aprendí a fumar por si algún día me ofrecían una pipa de la paz, ya q sería muy descortés rechazarla.
- Lo mismo me pasa con el whisky, tampoco me gusta, pero es lo q suelen ofrecer los mafiosos...
Y un largo etcétera más. Y es q hay películas, como esta, q acabaran por volverme aún más loco.
lunes, 17 de septiembre de 2007
Llantos de Pasión
Estuve hoy ordenando una estantería, haciendo hueco a algunos libros q tenía aún metidos en una caja desde mi última mudanza. Y buscando entre los libros he encontrado notas q estando ya olvidadas esperaban pacientemente a q alguien las descubriera.
Me he pasado la tarde releyendo esas notas. Y las dedicatorias de los libros. Y los propios libros, por donde esas notas señalaban. Y me he sentido parte de ellos, como protagonista de una historia en la q los personajes visten con trajes, y llevan sombrero, y pasan las tardes leyendo libros en cafeterías en donde alguien tocaba el piano.