jueves, 28 de octubre de 2010

Tres Cajas y una Nota

Caja 1

La había conocido como se conocen a esas personas que de un modo u otro terminan marcando tu vida, de casualidad. No soy un buen partido. Ni un físico atractivo ni gracia suficiente como para conquistar a nadie sólo por mi labia. Pero ella había bebido lo bastante como para no notar lo primero y que no le importase lo demás. Así que después de algunas copas más y de un jijiji y un jajaja, acabamos enrollándonos apoyados en cada coche que encontramos aparcado en la calle, y echando un polvo rápido en un portal oscuro.
Después de esa noche, coincidimos un par de veces más en el mismo sitio, y a partir de ahí iniciamos una especie de relación, basada en beber alcohol por ahí y tener sexo en mi casa.

Así hasta esa noche. Fue una noche como cualquier otra. Nos tomamos unas cervezas, cenamos a base de tapas, y después nos fuimos a mi cama, a gastar aquella caja de Dúrex que nos había durado lo que dura un fin de semana.


Caja 2

- ¿Tienes un cigarrillo?
La miré, aunque ya me había fijado en ella cuando entró en el bar y vino a sentarse justo a mi lado. Di gracias a Dios por no haber dejado el tabaco. Me metí la mano en el bolsillo y le alargué la caja de Winston que acaba de sacar de la máquina. Cogió un cigarro y se lo encendí.
- Gracias.
- No hay de qué.
Ese, sin más, fue el principio. Esa fue mi suerte. Haber estado sentado en el sitio y momento adecuado. Y fumar.

Me desperté y ya se había marchado. Miré el despertador, era muy temprano. Siempre se iba sin despertarme, pero me extrañó que se fuese a esa hora. Me incorporé y fui a coger un cigarro. Y entonces me di cuenta.


Caja 3

Lo planeé al milímetro. Y todo iba bien. Me parecía que no había notado nada. Y eso que yo no soy nada bueno disimulando.
Llegamos al piso, y antes de cerrar la puerta ya nos estábamos comiendo a besos de tal forma, que entramos en mi cuarto medio desnudos.
Y ahí estaba. Encima de la almohada una cajita, de esas que llevan dentro un anillo. Se le fue esa sonrisa suya con la que uno no sabía si se reía contigo o de ti.
- ¿Qué es eso?
- Ábrela.
- No me asustes, ¿no será un anillo?
- No, ábrela.

La miró. Me miró. Se resistió. Finalmente la abrió. Vio la llave, y sin preguntar nada más me besó, e hicimos el amor, estoy seguro, como nunca antes lo había hecho nadie en el mundo.


La nota

Ahí estaba, junto a la caja de Winston y de la de condones, una nota debajo de la cajita con la llave. Aquella estúpida llave, la de mi apartamento. Vaya idea amigo. Intentar atraparla.

“Lo siento pero es por tu bien. Si cojo la llave hoy, a lo mejor te la devuelvo mañana, o el otro, o el otro. Da igual. Pasaría más tarde o más temprano. Y cuanto más tarde más te habría dolido. Un beso”.

Y desapareció. Ni una sola pista sobre dónde se podía haber metido. La llamé por teléfono. Pasé por donde me había dicho que trabajaba, pero nadie reconocía ni el nombre ni la descripción que yo daba. La busqué por todos los bares que frecuentábamos, y también por los que no. Nada.
Al cabo de un tiempo dejé de buscarla. Pero desde entonces vuelvo cada noche al bar donde una vez me pidió tabaco, esperanzado en volver a encontrármela algún día.

martes, 19 de octubre de 2010

Cuando el Camello Perdió la Ilusión


Antiguamente el camello era un animal curioso que iba por la vida con los ojos muy abiertos. Por entonces vivía en una tierra en la que crecían hierba y manzanos. Pero un día abandonó su hogar y empezó a caminar durante mucho tiempo, hasta que llegó a la orilla del desierto.
- ¿Sólo hay arena? –pensó-. ¡No es posible, tiene que haber algo al otro lado!
Y siguió caminando. Se dirigió a la primera duna, y al ver que tras ella sólo había arena, siguió hasta la otra, y luego otra más. Siempre pensaba “seguro que detrás hay algo”. Pero sólo había más arena.
Cada vez estaba más sediento y cansado, y se le iban cerrando más y más los ojos. Y tras pasar otra duna, el camello perdió el ánimo que le quedaba.
- Detrás no hay nada. No hay nada.
Y aunque al pasar esa última duna se encontró en un oasis donde pudo beber y descansar, ya sus ojos estaban prácticamente cerrados y sólo pensaba: “Detrás no hay nada, absolutamente nada”.

Y desde ese día el camello no volvió a mirar con ilusión.


Hasta en el desierto más desierto hay oasis. Sólo hay que evitar cerrar lo ojos para poder verlos.


* Cuento tomado del libro "Así empezó todo. 34 Historias sobre el origen del mundo" de Jürg Schubiger y Franz Hohler.

jueves, 7 de octubre de 2010

Monstruos

Crecía en su interior. Y lo sentía. ¡Lo sentía dentro! Como se alimentaba de él, devorándole sus órganos. Como iba haciéndose más grande, más poderoso, desgarrando sus entrañas a la vez que iba tomando forma.
Ya era demasiado tarde para detenerlo, pero corría, corría intentando llegar a casa, y encerrarse, esconderse, aislarse. Hacía tiempo que no lo sentía con tanta energía, y no estaba preparado para dominarlo. No era suficientemente fuerte para contrarrestarlo. Y sabía que por mucho que quisiera, no podría evitar que aquella noche hubiera un monstruo más en la ciudad.



Cuando tenemos miedo surge la inseguridad, que se enquista en nuestro interior en forma de dudas. Cuando los quistes revientan, surgen monstruos. Y hay que estar preparados para matarlos antes de que se hagan fuertes. Porque si salen fuera, nos rodean. Y no se puede vivir rodeado de monstruos.



"El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento. Percibo mucho miedo en ti."

Yoda

lunes, 4 de octubre de 2010

La Leyenda de la Cerveza



Hace mucho tiempo vivía en Flandes un joven llamado Gambrinus. Era aprendiz de vidriero, y estaba enamorado de la hija de su maestro, Margarita. Sin embargo ella lo rechazaba por ser un simple aprendiz, y por muchas cosas que Gambrinus intentó para enamorarla, ninguna dió resultado. Desconsolado por el rechazo de su amada, Gambrinus decidió quitarse la vida. Se dirigió a un bosque cercano al pueblo donde vivía, y cuando estaba atando una cuerda a un árbol para ahorcarse, apareció un anciano muy bajito que le preguntó qué estaba haciendo. Gambrinus le explicó lo que le había pasado.
- No te preocupes –le dijo el hombrecillo-. Yo tengo la solución a tus problemas.
- ¿Sí? ¿Y cuál es?
- Te diré la forma de olvidar a esa joven si prometes venir conmigo la próxima vez que venga a buscarte. A cambio vivirás feliz hasta ese día.
Gambrinus aceptó la propuesta, y el anciano, que no era más que un habitante del País de los Seres Pequeños, de los regiones subterráneos de la Tierra, con un movimiento mágico, hizo aparecer unas raras plantas de flores amarillas.
- Esto es lúpulo. Con esta planta te enseñaré a fabricar un brebaje que alivia todos los pesares.
Efectivamente el pequeño anciano le enseñó a Gambrinus a fabricar una bebida hecha a base de cebada y el lúpulo.
- Éste será el nuevo vino de Flandes, y lo llamarás cerveza.
Gambrinus probó un poco de aquella cerveza, y pronto se sintió mucho mejor y empezó a olvidar a Margarita.

Al día siguiente Gambrinus volvió al pueblo y compró unos terrenos en los que empezó a plantar aquellas extrañas plantas de lúpulo. Pronto empezó a fabricar cerveza, y la dió a probar a los vecinos del pueblo, que se sintieron felices y alegres al beberla.
Gracias a la cerveza la fama del pueblo fue en aumento, y pronto empezaron a abrirse más fábricas de cerveza, que terminó extendiéndose, primero por toda Flandes, y luego por el mundo entero. La fama de Gambrinus fue tal, que el rey de Flandes lo nombró Duque de Brabante y Conde de Flandes, mientras que el pueblo llano lo llamaba el Rey de la Cerveza.

Gambrinus vivió feliz hasta alcanzar los noventa años. Entonces se le volvió a aparecer el mismo hombrecillo que setenta años antes le había dado el secreto de la cerveza. Gambrinus, sin mediar siquiera palabra, abandonó su castillo y se fue con el anciano al País de los Seres Pequeños. Allí su tamaño menguó y pudo vivir eternamente, igual que en el corazón de todos los amantes de la cerveza.




- Personajes históricos como Juan I de Flandes (Juan Primus) o Juan Sin Miendo (Juan I de Borgoña) parecen tener algo que ver con la aparición de esta leyenda. De hecho, parece que Juan Sin Miedo fue el inventor de la cerveza de malta.

- En otras leyendas se sustituye al anciano proveniente del País de los Seres Pequeños por el diablo, que vendió la receta de la cerveza a cambio del alma de Gambrinus.

- Gambrinus es también el nombre de una de las cervezas más conocidas en la Républicas Checa y Eslovaca, aunque no se comercializa en España.

- Desde 1926 la figura de Gambrinus ha sido la imagen de la Cervecera Cruzcampo de Sevilla. Al principio era un hombre grueso (de hecho se le llamaba el gordo de la Cruzcampo), si bien parece que por motivos de marketing, la línea del Gambrinus de la Cruzcampo ha ido adelgazando gradualmente para adaptarse a los nuevos tiempos.