viernes, 7 de octubre de 2011

La Puerta (III)

Una fina lluvia le sorprendió en la carretera hacia el pueblo. Era tan leve que no le importó conducir con las ventanillas bajadas, para que el olor del mar y el del campo mojado invadiera todo el coche. Luego, llegando ya al pueblo, la lluvia apretó, y no tuvo más remedio que subir los cristales.
Aparcó junto al paseo marítimo, y permaneció dentro del coche, observando el mar, poco a poco más soliviantado por la tormenta. Le gustaba el mar. Siempre lo había amado con todas sus fuerzas. Y pese a todo, hacía tiempo que no lo veía.

Parecía que no iba a dejar de llover, así que se decidió a salir del coche. No llevaba paraguas ni impermeable, pero realmente no le importaba mojarse. De hecho, pasear por la playa bajo la lluvia le pareció de lo más adecuado en aquel momento.
Se quitó los zapatos y los calcetines, y se remangó los pantalones hasta las rodillas para no mojárselos, aunque mientras lo hacía cayó en la cuenta de que era absurdo, porque igualmente iba a mojarse con la lluvia.

Y así caminó por la orilla, cogió alguna que otra piedra, se enterró los pies en la arena hasta los tobillos, y mojándose con el agua dulce de la lluvia y la salada del mar, pensó que lo que estaba haciendo era lo correcto.



1 comentario:

Soy ficción dijo...

Veo que lo de "lo correcto" no se te va de la cabeza.

Ummm, que llueva ya, que necesito que se me despeje la cabeza.