En 1687, Sir Isaac Newton descubrió lo que entonces se conocería como la Ley de la Gravitación Universal, la gravedad. Si tomamos dos objetos, el más grande ejercerá una fuerza de atracción sobre el más pequeño, atrayéndolo hacia sí mismo, por así decirlo. Una manzana cae del árbol. La tierra, con mucho el objeto más gigantesco, atrae la manzana hacia el suelo. Es bastante simple. Sólo que la teoría de Newton dejó a los científicos un problema bastante desconcertante. Parafraseándole a usted, Dr. Farber, ¿dónde está la gravedad? No es algo que se puede ver o tocar. No es algo que se pueda observar al microscopio o examinarse con un telescopio.
Bien, 230 años después de Newton, un empleado alemán de una oficina de patentes en Suiza, por fin se dio cuenta de que los científicos se habían estado haciendo la pregunta equivocada durante todo ese tiempo. Jamás encontrarían un objeto en toda la inmensidad del espacio llamado gravedad, ya que, de hecho, la gravedad no es más que la mismísima forma del espacio. Ese empleado, Einstein, postuló que la manzana no cae al suelo porque la Tierra ejerza una especie misteriosa de fuerza sobre ella. La manzana cae al suelo porque sigue los caminos y marcas que la gravedad ha surcado en el espacio.
Y cuando hablamos de sexo, no hablamos sobre el amor, Dr. Farber, porque el amor no se puede representar en columnas y gráficos como si fuera la presión arterial o la frecuencia cardíaca. El amor no es una fuerza que ejerza un cuerpo sobre otro, es el tejido mismo de esos cuerpos. El amor es eso que esculpe los caminos y marcas. La curvatura de nuestro deseo.
Bill Masters, en Masters of Sex.