Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas y el dolor de mi tristeza va mojando los recuerdos en la fuente de la idea.
Todas las rosas son blancas, tan blancas como mi pena, y no son las rosas blancas, que ha nevado sobre ellas. Antes tuvieron el iris. También sobre el alma nieva. La nieve del alma tiene copos de besos y escenas que se hundieron en la sombra o en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las rosas, pero la del alma queda, y la garra de los años hace un sudario con ellas.
I've said goodnight
Try to sleep tight
Ah just dream of me
Go close your eyes
Cause I'll close mine
The sun will shine from time to time
Oh, just dream of me
You can say what you want
But I won't change my mind
I'll feel the same about you.
Desgraciadamente existen personajes que haciendo gala de lo que ahora llaman sevillanía, termino que no soporto, alejan más que acercan la Sevilla de la que tanto (y mal) presumen.
Esos mismos sevillanitos, que no sevillanos, son los que ha hecho que yo mismo me haya ido apartando de la Semana Santa y Feria de Sevilla, hasta el punto que este año no he visto ningún paso en la calle, y de que hace varios años que no piso el Real de Los Remedios.
Sin embargo siempre queda algo, y esta madrugá, que se ha librado milagrosamente de la lluvia, me han venido recuerdos e imágenes a la cabeza que me han hecho escribir esta entrada tan diferente a las que suelo publicar, sobre todo últimamente.
Cuando el Gran Poder Visitó a Uno en su casa
Juan Araujo, era un gran jugador del Sevilla, que tras haberse retirado del fútbol, sufrió un desgraciado percance, ya que su hijo enfermó tan gravemente que los médicos no conseguían encontrar remedio para curarlo. Araujo, muy creyente, acudía a diario a San Lorenzo, a pedirle al Gran Poder la mejoría de su hijo.
Pese a todo su hijo no pudo superar la enfermedad, y aún de luto, Araujo acudió a ver una vez más al Gran poder, y en un ataque de rabia se encaró a la imagen diciéndole "que sepas que ya no vengo más a verte, que no has querido salvar a mi hijo. Así que si quieres verme, vas a tener que venir tú a mi casa".
Unos años después, se organizó en Sevilla lo que se llamó una Santa Misión, en la que las imágenes de las Semana Santa se llevaron a los distintos barrios de la ciudad para promover la devoción. Al Gran Poder lo llevaron a Nervión, y estando en procesión, les sorprendió la lluvia. Los hermanos que acompañaban a la imagen del Señor, buscando rápidamente un lugar donde resguardarlo, vieron la puerta de un garaje suficientemente amplia para poder meterlo allí. Llamaron a la puerta, y dió la casualidad de que el dueño de aquel garaje no era otro que Juan Araujo, el cual al abrir la puerta y ver frente a ella al Gran Poder, cayó a los pies del Señor, derrumbado por la emoción de ver quien había ido finalmente a visitarle.
La Esperanza hace hablar al mudo
En Triana hay un mudo, el mudo de Triana, que todo el mundo conoce. Como buen mudo, no habla. No habla excepto con su Virgen. Porque hoy le he oído llamar al paso de de la Esperanza de Triana en la última levantá antes de entrar en la Capilla de los Marineros, en un idioma que solo ella puede hablar, pero que todos hemos entendido.
Dios te salve, Reina, Madre y Capitana.
Eres Tú nuestra Vida,
eres nuestra Esperanza
y a tus plantas, Señora,
se arrodilla Triana.
Nuestro puerto perdimos,
nuestra nave naufraga
sin rumbo en las tinieblas
de este valle de lágrimas
en el que, suplicantes,
nuestras voces te llaman.
¡Oh Misericordiosa, vuélvenos tu mirada
y lleva nuestro barco
con brisas de bonanza
a Jesús, navegante de tu divina entraña!
Capitana clemente,
dulcísima Esperanza,
siempre Virgen María,
luz que guía a Triana.
Por ella y por tus hijos,
Madre de Dios y Santa,
ruega para que un día
podamos echar anclas
en el puerto que Dios nos promete
como segura patria.
Y yo me acuerdo de mi abuelo Cándido al escuchar cantar la Salve a los costaleros de la Esperanza.
Macarena Guapa
Creo que todos hemos oído eso de ¡Macarena, guapa! ¡Guapa, guapa, guapa! Mi abuelo Curro, que no comprendía la cantidad de gente que iba a ver la Semana Santa, siempre contaba que una vez un gangoso que estaba viendo entrar a la Macarena, empezó a gritar en medio de la bulla ¡Macaena! Y todos los de alrededor gritaron ¡Guapa! Y el gangoso otra vez ¡Macaena! Y la gente ¡Guapa! Y él ¡Que no! ¡Que no! ¡Que me han robao mi caena!